viernes, 2 de noviembre de 2012

El Viaje


Tengo amigos. Me alzan la mano cogiéndose la oreja, es un código delicado que no entiendo, pero nos diferencia, soy importante. El calor que prende la hierba no me da miedo, sí los autos, y unos tipos con resorteras que me hacen correr con piedras, me ponen el corazón en la boca hasta llegar a mi huarique. No quiero recordar a mi amiga, ella sí sabía correr, una vez me persiguieron esos tipos de las resorteras y no la vi más. En la noche no están pero los zorrillos y los gatos... a correr también, justo cuando tomo el fresco de la noche y la luna como sombrilla que me gusta, huyo a mi huarique. He cruzado la pista, lo confieso, sí, de curioso, no creía eso que dicen que en las casas de donde vienen esos tipos de resorteras viven también lagartijas. Hay días que salen afiebrados a los autos y se marchan todos para volver mojados, una vez a la semana casi, a veces veo que una vez al mes. Son raros estos, si por el calor a diario me meto al charco, con razón me persiguen como poseídos. Una vez por esperar que bajara mi comida de la rama, me agarró uno de ellos, tenía pelos en la cara!, me midió y dijo: Microlophus peruvianus, dibujó algo y me soltó, yo encolerizado que me llame así. Siempre pensaba: me iré a esa casa. Un día fui y no había nadie, mentirosos, aquí no hay amigos, me regresé casi volando. Le conté a un viejo que ya no sale de su cueva y que le falta una pata por salir tanto según él, me dijo: busca en los cuadros, en los relojes… no entendí. Me olvidé comiendo abejas. Esa tarde volví a mirar las casas solas de esos locos con resorteras, crucé la pista sin mirar, me metí a ver los cuadros, en ninguno habían amigos, aquí no hay nadie, vi el reloj pero no habían amigos, me acerqué y salté en el cuadro para irme, de repente sonó que corrían y por arriba salió un amigo, ¡increíble!, nos miramos, “qué haces” me dijo, que haces aquí le dije, “vete es mi cuadro, y el reloj está ocupado”, yo no soy de aquí repliqué, vivo en la tierra cruzando la pista, allá habemos varios, ¿cómo te llamas?, y sonó la puerta y gritó un niño y me fui con el corazón en la boca de la casa, crucé la pista y a mi huarique aturdido. Al día siguiente con el sol en la sien, miraba a lo lejos la casa de los resorteras, orgulloso de saberlo me decía: allá tengo un amigo.

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